sábado, 5 de diciembre de 2009

Paisajes sonoros montevideanos en la evocación II


Sonidos de Pocitos a comienzos del siglo XX (Pocitos). 
Johannes Stenger, 2009


Vista de Pocitos, 1917
Pueblo de los Pocitos (Banda Oriental, 1969) libro de Guillermo García Moyano (1896-1983), nos presenta sus memorias sobre lo que fuera la experiencia auditiva en el Pocitos de su niñez. Su relato comienza con un movimiento atípico para los montevideanos de entonces: mudarse del Centro a Pocitos. Tenía ocho años cuando su familia llevó sus pertenencias en carretilla al pueblo de lavanderas e inmigrantes italianos. En una nota introductoria leemos: "Era un pequeño pueblo, de veinte a treinta manzanas, aldea de buenas gentes, de costumbres simples, tranvías a caballo y faroles a kerosene, cuando, muy niño aun, me hice su pueblerino, allá por 1904”. Y agrega: “El recuerdo de los diez primeros años de mi vida en el pueblo, se mantuvo muy vivo en mi. En el tiempo que vino después, he temido que se desdibujara o se esfumara en mi memoria. Finalmente, sacudiendo mi indolencia, he escrito estos relatos". Aclaración que resulta valiosa, remitiéndonos a la fiabilidad de los datos vertidos. Se trata del propio conocimiento de la memoria de quien testimonia; recuerda y juzga que su recuerdo “se mantuvo muy vivo”. Si como abogado esto en alguna medida lo interpelaba, como memorialista también. Tenía 73 años cuando editó “El pueblo de los Pocitos”. Amén de varios textos sobre derecho escribió las memorias "Crónica de un viaje en diligencia" y "La Universidad Vieja".
En 100 páginas recorre una década (desde 1904 a 1914). Tiempos de cambios en el mundo, el país, el pueblo y en el niño que estaba en aquel momento por largar los pantalones cortos.
Ruido a mar.
Habíamos alquilado, por muy poco dinero, la vieja casona esquina, de ocho grandes piezas, gran patio jardín en el medio, amplia puerta-cochera por la otra calle, y mucho ruido a mar.” (1969: 15) Era en los médanos de la calle Francisco Vidal.
Pero, lo que nos enloquecía, -gustándonos, por supuesto,- era aquel ruido del mar, de día y de noche. Un ruido para nosotros nuevo. Se nos metía también en la nariz, el olor a mar (…) [aquello era] una especie de aventura oceánica.” (:15)
Las noches eran todavía templadas. Me despertaba temprano, demasiado temprano, y por la ventana abierta oía entrar los primeros ruidos de la calle. Y entraba también el ruido del mar, siempre aquel ruido del mar, que en las mañanas serenas era una sinfonía muy monótona, como para ser oída desde cerca; música de arrastre, repetida y repetida. Música que se producía al romper la ola y avanzar, revolviendo los cantos rodados echados y llevados en la playa.” (:52)
Sonidos al despertar.
Desde la cama, medio oscuro aún, adivinaba la mañana, clara, limpia, serena. El oído pronto se acostumbraba a diferenciar todos los ruidos. Ruido del carro del primer lechero, llantas de metal y herraduras del jamelgo en chispas contra el empedrado de cuña de la calle Pereyra. Fusionado, metálicamente, con el ruido inconfundible de los golpes en las tapas de los tarros grandes de leche ¡Cómo tenían que golpear aquella mañana, con un hierro bastante pesado, -¿una herradura vieja quizás? –la tapa rebelde, acribillada sin duda de abolladuras!” (:52)
Un poco más tarde, a las siete, empezaba el pasaje de las carretillas, en el trasiego de la arena de las “empalizadas”. Y también a esa hora ya salía, infaltablemente al aire, como tintineo de pueblo, el canto diario del hierro golpeado que bajaba de la herrería de Fu-Fu, en la esquina de Chucarro, dos cuadras cuesta arriba, donde el tranvía hacía su curva. De todos aquellos ruidos, éste era el que llegaba más limpio, pasando por todos los tonos. Empezaba cada tiempo en un tintineo agudo, -machacar el hierro frío-, para terminar en golpes de tono grave. Una pausa y empezar de nuevo. Inesperadamente un loco repiqueteo en el agudo, que se entreveraba a veces con el llamado a misa de la campanita de la capilla de don Doménico.” (:52)
Eran los ruidos diarios de la iniciación de la vida pueblerina. Ruidos siempre diferentes uno de otros. Y cuando los barriles rodantes pasaban hacia la playa, tumbos más tumbos, golpeando sus aros de metal en las piedras desparejas de la calle, iba a ser fácil saber, siempre por el ruido, cuando pasaba el tonel grande, de doble aro, del viejo Luigi, arrastrado a los tirones por “Tomasita”, la mula pateadora, famosa en todo el pueblo”. (:52-53)
Cuando aún dormían todos, en aquellas primeras semanas de curiosidad respecto a tanta cosa nueva para mi, mis siete años no resistieron a la tentación de ver cómo se producía el repiqueteo de tan distintos tonos en la herrería de Fu-Fu. (…) repeché aquellas dos cuadras, llevado por el tin tin de la forja cantarina. La calle, apenas transitada, verdeaba de pasto entre las piedras de los costados, junto a las veredas de arena o tierra dura arenosa, (…). En el viejo galpón de zinc que ocupaba todo el solar esquina, la herrería era bien una herrería de pueblo. Aquella mañana el hierro cantaba temprano, porque se estaban cambiando herraduras a dos caballos que enseguida habrían de seguir en el trabajo. Con su grueso pero raído delantal de cuero que le cubría medio cuerpo, el maestro herrero Fu-Fu golpeaba y golpeaba en el yunque una herradura al rojo. (…) Con qué altas voces cantaba el hierro golpeado, dentro de aquel galpón de chapas, caja de resonancia para todos los tonos, que oíamos tan limpiamente desde nuestra casona de la playa! (…)” (:53)
Sonidos al irse a dormir. La muerte de Saravia.
Cerca de media noche y bajo tan tremenda impresión [había muerto Aparicio Saravia], me fui a la cama. Pero, por supuesto que no podía pegar los ojos. A pesar de que tenía que ser muy tarde, como a la una o a las dos de la madrugada. / En la noche serenísima, me pareció oír el ruido del último tranvía al hacer la curva de Chucarro. (Casi todos los días, un hombre de capote amarillo engrasaba, con una grasa negrísima, las vías de la curva; pero de todas maneras las ruedas siempre chirriaban). Muy despierto pues, en aquel silencio absoluto del pueblo dormido, empecé a oír un silvido, un fuerte silbar de persona, que por momentos todavía se intensificaba. De repente se hacía tan fuerte que resultaba estridente. Me parecía que no silbaba nada musicalmente determinado, aunque parecía el silbo pausado, grave y hondamente triste, y -¿porqué no?- hasta algo fúnebre. Aquello no era un silbar improvisado; no era canción, ni ópera. Lo que si era cierto es que aquel hombre silbaba a todo silbar, sin el menor desentono, como haciendo alarde de su arte, para los vecinos dormidos. / El silbido quedaba como suspendido en el aire, indicando el derrotero. Aquella persona había bajado, sin duda, del último tranvía y ya se puso a silbar. Hacia la playa caminó una cuadra y torció por la calle Blanco, como hacia el final de la misma, en el puentecito del arroyo. Su silbar se fue haciendo cada vez más grave y entonces, yo aun no tenía casi contactos con música seria y apenas si sabía los nombres de Beethoven y Bach. Pero en aquella noche fuertemente desvelada por la muerte de Saravia, el silbar de aquel desconocido me sonó, y quedó resonando, como una maravillosa canción fúnebre.” (:55-56)
La vecina.
A ciertas horas se oía desde casa la voz, alta y destemplada, de la señora, que ordenaba a la gobernanta: `María, pasador a la puerta y Angioletto y los demás niños adentro´.” (:76)
Pregones.
Vendedores ambulantes bien típicos, que pregonaban con gritos, cantos, y aun con algún instrumento más o menos musical, su mercancía.” (:86)
Los barquilleros, con su triángulo sonoro y su ruleta mágica, llegaban más bien al caer la tarde” (:88) “También se acercaban a la playa los afiladores, con su taller ambulante y su carro singular, sobre una sola rueda. Pienso que todos eran españoles, de los pueblos del mar, que añoraban. Por eso no podían pasar cerca de la playa sin hacer un descanso y mirar el río, que era río como mar. No me olvidaré nunca de uno, -Agenor-, vestido todo de pana, vasco con toda la cara de vasco, magro y seco. Descansaba dándole al mar un maravilloso concierto de su flauta de Pan, de tan preciosas modulaciones. Lo rodeábamos y le hacíamos preguntas, no nos contestaba. Al final, sonreía y seguía su camino.” (:88)
Los verduleros despertaban a los dormilones con su pregón entre gritado y cantado, anunciando hasta el precio de lo que ofrecían. Uno debió ser el precursor de un tango famoso, que apareció años después: “durazno a cuarenta el ciento”… Había muchachitos que con una mano junto a la boca, para la resonancia, cantaban: “Mejillones grandes de la refalosa, a dos vintenes el plato hondo”. Y no faltaban los pescadores, con dos canastos colgantes, -en balancín sobre el hombro- (…) que ofrecían cantando, su “pescado que todavía saltaba. (A veces era verdad.) Pasado medio día a eso de las dos, cuando empezábamos el partido de pelota de goma en la vereda “del Tano”, oíamos allá lejos, todavía a dos o tres cuadras, el pregón de voz aguda del italiano don Stefano.” (…) Pregonaba: “a coi cobre la naranca brasilera, a coi cobre”. (:91)
Una vez por semana aparecía el gordo Claret “Pero ya antes se anunciaba con su pregón” Con acento catalán y con invariable tono altísimo, ofrecía: “Manteles de hule, buenos hules para mesa!” ” (:91)
También entre dos luces salía don Carluccio, el verdulero de la mañana. Salía con su carro y su viejo jamelgo amaestrado, -decía,- porque para que se detuviera sólo tenía que decir: “Chucho, para lo coche”. Pero al caer la tarde (…) ofrecía “Moñatos asados, bien calientes” (…) Llevaba encimados dos tipos de “fainá” (…) Su grito era áspero y corto, pero su voz empastada de barítono quedaba vibrando en el aire: “faináaa…” Lo llamábamos, casi sin verlo, porque ya era noche y cruzaba de vereda a vereda. (…) / Igualmente en la noche el manicero italiano pregonaba en verso su mercancía: “manisito, calientito pa que lo compre lo señorito…” (:91-92)
En las fiestas de San Juan “Como invariablemente hacía frío, todos, y los chicos en primer término, rodeaban la hoguera, cuya base era siempre alguna barrica vieja. Más tarde, luego de coros de chicos y chicas, (...) se sorteaban las “cédulas de San Juan”(…) Pero, para esto, ya antes de mediado de Junio, a media tarde, un hombre había recorrido en cruz las calles, ofreciendo en venta, con pregón vocinglero, un poco cantando “los versos para San Juan y San Pedro para señoritas y caballeros.” (:90)
Sirena de barco.
Poco después de media noche, la sirena del barco, ululando a todo lo que daba, en procura de auxilio, despertó al pueblo entero. La alarma fue general y todos nos levantamos a prisa, dirigiéndonos a la punta donde se ubicaba el sonar de la sirena. La niebla era tan espesa que no se veía nada del barco, ni siquiera las luces que debía tener. / Tan solo aquella voz de la sirena, en una variación de tonos que por momentos la hacía estridente, permitía ubicar, por lo menos de modo aproximado, el lugar del siniestro. Los pescadores opinaban, algunos pensaban que era un buque grande de gran calado (...) no faltaban los que creían que se trataba de un transatlántico, de muy potente bocina (...) Pronto llegaron los auxilios, remolcadores del puerto (...) A todos nos quedó por mucho tiempo el recuerdo de la emoción de aquella bocina pidiendo auxilio en la noche de niebla, cerrada como nunca.” (:104-105)
Campanas.
La capilla estaba a menos de tres cuadras de la casa [se refiere a la calle Francisco Vidal], en la calle Chucarro. Era pequeña y bien pueblerina, sin torre, con sus dos campanitas destempladas que colgaban de una revuelta del muro, todo pintado a la cal. Llamando a misa, sonaban desde hacía rato, con tintineos bien alocados, de campanitas de aldea.” (:24-25)
La Banda Municipal.
En la terraza [del Hotel de los Pocitos, “que era aun todo de madera” (:31)], algunas noches hacía “música seria” -¡hasta Wagner!- la Banda Municipal creada en 1904 y que dirigía, en el quiosco del centro del muelle, con su batuta, para entonces indiscutida, el maestro Aquiles Gubitosi.” (:31)
El dueño del Margarito. (1)
Pero, en el carnaval de un pueblito de raíz italiana, no podían faltar los osos amaestrados, los “margaritos”. (…) Por lo general el dueño del oso llevaba una pandereta que tocaba casi siempre muy mal, pero que servía para que el margarito colectara monedas entre el público que le hacía rueda. Porque era un oso amaestrado que sabía bailar, -con una lógica torpeza- al ritmo de un aire que aquel le marcaba: are are tun, aretún, aretela, are aretúm.” (:37)
El tranvía.
Era permitido cada uno, sin chistar al guarda, hiciera sonar la campanilla para el descenso.” (:40)
Al día siguiente, muy temprano, ya estaban prendidos los ocho caballos; los boleros con su campanita que sonaba ya entre dos luces, al mover los arreos.” (:80)
El cochero, “en general no castigaba a los animales, limitándose a azuzarlos con sus nombres, -“Beba, “Chico”, “Maula” –con silbidos y gruñidos.” (:44)
Trompeta y violín en el tranvía.
En algunas esquinas hacía sonar, como trompeta de caza, un cuerno que llevaba colgado con una cinta, del pescuezo. Conseguía dar un sonido estridente pero pastoso, lindo de oír. / Sentado detrás suyo, viajaba un hombre de cierta edad, con gorra de visera como de portero de hotel. Bordada en letras doradas, dos palabras: “Músico portugués”. En la mano, un violín que tocaba desafinadamente, en ritmo sincopado, quizá por los remezones del tranvía. Era ciego y llevaba anteojos negros. Con voz gangosa de viejo, cantaba cantares de ciego, en portugués. En algunos momentos no le entendíamos bien, pero más tarde sí, cuando cantó unas coplas de romance que empezaban: “Colón fue pescador e Colón fue marinero”. Era sin duda una canción de su tierra, con mucho sabor popular. No pedía dinero, pero era evidente que en el tranvía el músico portugués era muy conocido y no se le cobraba boleto; pero, con simpatía, muchas personas, al bajar, le alcanzaban monedas.” (:45)
En la escuela.
(...) unos muchachotes habían dado unos gritos, contra una de las maestras que afectaban su moral.” (:42)
La Directora ordenaba en alta voz los ejercicios [de gimnasia], que explicaba antes, y marcaba rigurosamente los tiempos en un ritmo acelerado, golpeando con furia con una gruesa regla antigua, -cuyo extremo envolvía en un pañuelo,- en un pedestal de madera.” (:42)
Piedra y herradura.
Era lógico pues que cuando se oía, a dos cuadras, -herradura contra piedra,- el trote o galope del caballo del oficial Bonino, se produjera el súbito desparramo de todos los [jugadores] billardistas.” (:47) Este juego, hoy no vigente en Montevideo, era prohibido por deformar la colocación del empedrado de cuña.
Rechifla en el biógrafo.
Recuerdo perfectamente una documental filmada en Buenos Aires, en la que aparecía el Canciller argentino, el doctor Estanislao Zeballos. (…) en una matiné para gente menuda el Dr. Zeballos se ganaba una formidable rechifla. Incluso con la complicidad del empresario Carranza y del operador, que detenía la máquina en el momento en que el Canciller saludaba, de modo que la rechifla ensordecedora pudiera durar varios minutos.” (:64-65)
Una que sepamos todos.
Pero además, el día de San Juan –también el 20 de Setiembre y otras fechas del santoral-, salía la bandita de músicos italianos. Todos con sus instrumentos de viento que hacían tremolar las guías de sus grandes bigotes. ¿De dónde salían aquellos músicos, todos italianos, que homenajeaban a su “santo patrono” con alguna marchita, muy desentonada, y tocaban, y tocaban frente a las casas, hasta que les alcanzaban algunas monedas o un buen vaso de vino?” (:90)
Sin ningún pudor.
En aquella esquina [Chucarro y Pereyra] de tránsito pueblerino intenso, Miguel [el peluquero, italiano y tartamudo] llevaba el control de todos los que pasaban, en manera especial, de las mujeres. Era frecuente que de improviso suspendiera por un minuto su labor para correrse hasta la puerta, y desde allí lanzara, en su media lengua tartajeante, hispano-napolitana, su requiebro. Aunque fuera de vereda a vereda y lo oyeran los vecinos.” (:100-101)
Luminaria sonora.
1914”(...) ”Hace ya bastante tiempo, dos o tres años, que se fue -parcialmente- inaugurando en el pueblo la Luz Eléctrica. (...) Hasta se hizo, para el reciente Carnaval, una iluminación novedosa, sobre las paredes del Hotel y en la nueva Rambla, con miles de bombitas de colores (...) Algunos de los muchachos sacaban “bombas” de las de abajo y luego quedándose muy serios, las tiraban a los coraceros del Escuadrón, produciendo pequeñas explosiones que hacían encabritar los caballos. Era divertido, pero tenía que hacerse bien, para que no trajera consecuencias” (:104-105)
Del Tipperary a La Marsellesa.
En un comienzo, fue la “guerra europea”. Después, ya fue la guerra mundial. En aquel agosto de 1914 no había otro tema, y en nuestro pueblo de Pocitos -cada vez menos “pueblito” pero siempre ligado en todo a Italia- se opinaba, se discutía vehementemente, se gritaba, en las esquinas, en los almacenes, en el tranvía, sobre cuál debía ser la conducta internacional.”(...) “Me daba rabia que buenos compañeros estudiantes marcharan en las manifestaciones cantando el “Tipperary”, cuando nada teníamos nosotros que ver con los ingleses. La Marsellesa fatalmente me atraía, porque había nacido como un himno revolucionario...” (:110)
Rugidos desde el zoológico.
El espacio auditivo en el que se podía situar un escucha era de gran amplitud: “El primitivo fraccionamiento alcanzaba tan solo hasta el arroyo de los Pocitos. (...) la Mondiola (2) a la derecha (...) Era una zona intermedia que nos ligaba a Villa Dolores. Porque en los Pocitos todo aparecía un poco unido a lo que todavía era la gran quinta y parque zoológico del matrimonio Pereira -Rossell, (...) [sentíamos] Desde el mal olor, -decían que de los lobos-, que algunos días nos traía el viento, hasta el rugido de los leones que en los días calmos oíamos con toda nitidez.” (:92)
Abuelas de la sirena de El Día.
El comienzo de la guerra, -la invasión a Bélgica, la muerte de Miss Cavell,- repercutió en las calles de Montevideo, frente a las pizarras de los diarios, que hacían sonar las sirenas.” (:111) Esta referencia ubica en el año 1914 el sonido de las sirenas de periódicos. Se refiere a “Montevideo”; al centro y no a Pocitos. Que la prensa tuviera sus sirenas, era una costumbre con cierto arraigo en el primer mundo (El Día 1981: 80). Cuando los memoriosos de las últimas décadas recuerdan esto, la sirena de El Día copa el relato. Esta sirena se escuchaba, según nos han comentado, en todo Montevideo. Era una sirena muy potente de faro marino (como la que funcionó en Isla de Flores, según nos comunicó Juan Antonio Varese, o como -por ejemplo- la que continúa funcionando en el faro de Finisterre, Galicia). En 1928 fue colocada en el edificio de 18 de Julio y Yaguarón, año en que sonó por primera vez con motivo de la inauguración del edificio (El Día 1981: 80). Sonó hasta la década del 1980 (o poco más), cada vez que aquel diario consideraba que sucedía un hecho excepcional. Era un editorial sonoro, además de un icono acústico de la ciudad. Esta referencia de García Moyano informa la presencia de sirenas de prensa catorce años antes.
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Fuente:
García Moyano, Guillermo (1969) Pueblo de los Pocitos. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
Referencias:
Ayestarán, Lauro [et all.] (s/f) El tamboril y la comparsa. Arca. Montevideo.
El Día (1981) El Día 1886-1981. 95 años al servicio de la libertad. Artegraf. Montevideo.
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1 María Flor Rodríguez de Ayestarán, Primera Bailarina del SODRE y coreógrafa, comenta: “Como curiosidad histórica quiero hablar de un personaje singular que en el pasado de nuestros carnavales frecuentaba el desfile y los tablados. Lauro Ayestarán recordaba los versos que cantaba, en falso sonsonete, un dueño de oso carnavalesco: Gargaretún Gaetún, / Garetela, / Baila mi oso / Y muere de pena / Gargaretún Gaetún, / Gargaretica, Salta mi oso / Y ya resucita...” / Con una cadena sujeta a su cuello un muchacho, disfrazado de oso, bailaba, moría, y resucitaba ante la divertida mirada de los espectadores. En mi niñez, yo recuerdo que la muerte del animal, sobre todo si era un oso verdadero, -que los había-, me causaba honda inquietud. Ya fuese un muchacho disfrazado o un oso verdadero, este personaje era llamado indefectiblemente Oso Margarita y puedo asegurar que ha sido uno de los personajes más simpáticos y tocantes del carnaval uruguayo. En 1978, durante el desfile oficial, paseaba un hombre disfrazado de oso; pero iba solo, sin dueño, sin baile, sin muerte y sin resurrección. Quizá tampoco tuviera conocimiento de su antepasado, Margarita.” (Ayestarán, L. s/f :93-94) Rodríguez rastreó antecedentes europeos y de India. Estos osos eran presentados por juglares en Francia y así se les llamó: “Oso de Juglar”. Recuerda que los ritos que simbolizan la Muerte y Resurrección “han sido las bases fundamentales de la danza a través de los siglos.” (s/f : 94)
2 “De la “Mondiola” salían buenos jugadores de fútbol, buenos boxeadores, y buenos tamborileros.” (:93)