sábado, 5 de diciembre de 2009

Paisajes sonoros montevideanos en la evocación II


Sonidos de Pocitos a comienzos del siglo XX (Pocitos). 
Johannes Stenger, 2009


Vista de Pocitos, 1917
Pueblo de los Pocitos (Banda Oriental, 1969) libro de Guillermo García Moyano (1896-1983), nos presenta sus memorias sobre lo que fuera la experiencia auditiva en el Pocitos de su niñez. Su relato comienza con un movimiento atípico para los montevideanos de entonces: mudarse del Centro a Pocitos. Tenía ocho años cuando su familia llevó sus pertenencias en carretilla al pueblo de lavanderas e inmigrantes italianos. En una nota introductoria leemos: "Era un pequeño pueblo, de veinte a treinta manzanas, aldea de buenas gentes, de costumbres simples, tranvías a caballo y faroles a kerosene, cuando, muy niño aun, me hice su pueblerino, allá por 1904”. Y agrega: “El recuerdo de los diez primeros años de mi vida en el pueblo, se mantuvo muy vivo en mi. En el tiempo que vino después, he temido que se desdibujara o se esfumara en mi memoria. Finalmente, sacudiendo mi indolencia, he escrito estos relatos". Aclaración que resulta valiosa, remitiéndonos a la fiabilidad de los datos vertidos. Se trata del propio conocimiento de la memoria de quien testimonia; recuerda y juzga que su recuerdo “se mantuvo muy vivo”. Si como abogado esto en alguna medida lo interpelaba, como memorialista también. Tenía 73 años cuando editó “El pueblo de los Pocitos”. Amén de varios textos sobre derecho escribió las memorias "Crónica de un viaje en diligencia" y "La Universidad Vieja".
En 100 páginas recorre una década (desde 1904 a 1914). Tiempos de cambios en el mundo, el país, el pueblo y en el niño que estaba en aquel momento por largar los pantalones cortos.
Ruido a mar.
Habíamos alquilado, por muy poco dinero, la vieja casona esquina, de ocho grandes piezas, gran patio jardín en el medio, amplia puerta-cochera por la otra calle, y mucho ruido a mar.” (1969: 15) Era en los médanos de la calle Francisco Vidal.
Pero, lo que nos enloquecía, -gustándonos, por supuesto,- era aquel ruido del mar, de día y de noche. Un ruido para nosotros nuevo. Se nos metía también en la nariz, el olor a mar (…) [aquello era] una especie de aventura oceánica.” (:15)
Las noches eran todavía templadas. Me despertaba temprano, demasiado temprano, y por la ventana abierta oía entrar los primeros ruidos de la calle. Y entraba también el ruido del mar, siempre aquel ruido del mar, que en las mañanas serenas era una sinfonía muy monótona, como para ser oída desde cerca; música de arrastre, repetida y repetida. Música que se producía al romper la ola y avanzar, revolviendo los cantos rodados echados y llevados en la playa.” (:52)
Sonidos al despertar.
Desde la cama, medio oscuro aún, adivinaba la mañana, clara, limpia, serena. El oído pronto se acostumbraba a diferenciar todos los ruidos. Ruido del carro del primer lechero, llantas de metal y herraduras del jamelgo en chispas contra el empedrado de cuña de la calle Pereyra. Fusionado, metálicamente, con el ruido inconfundible de los golpes en las tapas de los tarros grandes de leche ¡Cómo tenían que golpear aquella mañana, con un hierro bastante pesado, -¿una herradura vieja quizás? –la tapa rebelde, acribillada sin duda de abolladuras!” (:52)
Un poco más tarde, a las siete, empezaba el pasaje de las carretillas, en el trasiego de la arena de las “empalizadas”. Y también a esa hora ya salía, infaltablemente al aire, como tintineo de pueblo, el canto diario del hierro golpeado que bajaba de la herrería de Fu-Fu, en la esquina de Chucarro, dos cuadras cuesta arriba, donde el tranvía hacía su curva. De todos aquellos ruidos, éste era el que llegaba más limpio, pasando por todos los tonos. Empezaba cada tiempo en un tintineo agudo, -machacar el hierro frío-, para terminar en golpes de tono grave. Una pausa y empezar de nuevo. Inesperadamente un loco repiqueteo en el agudo, que se entreveraba a veces con el llamado a misa de la campanita de la capilla de don Doménico.” (:52)
Eran los ruidos diarios de la iniciación de la vida pueblerina. Ruidos siempre diferentes uno de otros. Y cuando los barriles rodantes pasaban hacia la playa, tumbos más tumbos, golpeando sus aros de metal en las piedras desparejas de la calle, iba a ser fácil saber, siempre por el ruido, cuando pasaba el tonel grande, de doble aro, del viejo Luigi, arrastrado a los tirones por “Tomasita”, la mula pateadora, famosa en todo el pueblo”. (:52-53)
Cuando aún dormían todos, en aquellas primeras semanas de curiosidad respecto a tanta cosa nueva para mi, mis siete años no resistieron a la tentación de ver cómo se producía el repiqueteo de tan distintos tonos en la herrería de Fu-Fu. (…) repeché aquellas dos cuadras, llevado por el tin tin de la forja cantarina. La calle, apenas transitada, verdeaba de pasto entre las piedras de los costados, junto a las veredas de arena o tierra dura arenosa, (…). En el viejo galpón de zinc que ocupaba todo el solar esquina, la herrería era bien una herrería de pueblo. Aquella mañana el hierro cantaba temprano, porque se estaban cambiando herraduras a dos caballos que enseguida habrían de seguir en el trabajo. Con su grueso pero raído delantal de cuero que le cubría medio cuerpo, el maestro herrero Fu-Fu golpeaba y golpeaba en el yunque una herradura al rojo. (…) Con qué altas voces cantaba el hierro golpeado, dentro de aquel galpón de chapas, caja de resonancia para todos los tonos, que oíamos tan limpiamente desde nuestra casona de la playa! (…)” (:53)
Sonidos al irse a dormir. La muerte de Saravia.
Cerca de media noche y bajo tan tremenda impresión [había muerto Aparicio Saravia], me fui a la cama. Pero, por supuesto que no podía pegar los ojos. A pesar de que tenía que ser muy tarde, como a la una o a las dos de la madrugada. / En la noche serenísima, me pareció oír el ruido del último tranvía al hacer la curva de Chucarro. (Casi todos los días, un hombre de capote amarillo engrasaba, con una grasa negrísima, las vías de la curva; pero de todas maneras las ruedas siempre chirriaban). Muy despierto pues, en aquel silencio absoluto del pueblo dormido, empecé a oír un silvido, un fuerte silbar de persona, que por momentos todavía se intensificaba. De repente se hacía tan fuerte que resultaba estridente. Me parecía que no silbaba nada musicalmente determinado, aunque parecía el silbo pausado, grave y hondamente triste, y -¿porqué no?- hasta algo fúnebre. Aquello no era un silbar improvisado; no era canción, ni ópera. Lo que si era cierto es que aquel hombre silbaba a todo silbar, sin el menor desentono, como haciendo alarde de su arte, para los vecinos dormidos. / El silbido quedaba como suspendido en el aire, indicando el derrotero. Aquella persona había bajado, sin duda, del último tranvía y ya se puso a silbar. Hacia la playa caminó una cuadra y torció por la calle Blanco, como hacia el final de la misma, en el puentecito del arroyo. Su silbar se fue haciendo cada vez más grave y entonces, yo aun no tenía casi contactos con música seria y apenas si sabía los nombres de Beethoven y Bach. Pero en aquella noche fuertemente desvelada por la muerte de Saravia, el silbar de aquel desconocido me sonó, y quedó resonando, como una maravillosa canción fúnebre.” (:55-56)
La vecina.
A ciertas horas se oía desde casa la voz, alta y destemplada, de la señora, que ordenaba a la gobernanta: `María, pasador a la puerta y Angioletto y los demás niños adentro´.” (:76)
Pregones.
Vendedores ambulantes bien típicos, que pregonaban con gritos, cantos, y aun con algún instrumento más o menos musical, su mercancía.” (:86)
Los barquilleros, con su triángulo sonoro y su ruleta mágica, llegaban más bien al caer la tarde” (:88) “También se acercaban a la playa los afiladores, con su taller ambulante y su carro singular, sobre una sola rueda. Pienso que todos eran españoles, de los pueblos del mar, que añoraban. Por eso no podían pasar cerca de la playa sin hacer un descanso y mirar el río, que era río como mar. No me olvidaré nunca de uno, -Agenor-, vestido todo de pana, vasco con toda la cara de vasco, magro y seco. Descansaba dándole al mar un maravilloso concierto de su flauta de Pan, de tan preciosas modulaciones. Lo rodeábamos y le hacíamos preguntas, no nos contestaba. Al final, sonreía y seguía su camino.” (:88)
Los verduleros despertaban a los dormilones con su pregón entre gritado y cantado, anunciando hasta el precio de lo que ofrecían. Uno debió ser el precursor de un tango famoso, que apareció años después: “durazno a cuarenta el ciento”… Había muchachitos que con una mano junto a la boca, para la resonancia, cantaban: “Mejillones grandes de la refalosa, a dos vintenes el plato hondo”. Y no faltaban los pescadores, con dos canastos colgantes, -en balancín sobre el hombro- (…) que ofrecían cantando, su “pescado que todavía saltaba. (A veces era verdad.) Pasado medio día a eso de las dos, cuando empezábamos el partido de pelota de goma en la vereda “del Tano”, oíamos allá lejos, todavía a dos o tres cuadras, el pregón de voz aguda del italiano don Stefano.” (…) Pregonaba: “a coi cobre la naranca brasilera, a coi cobre”. (:91)
Una vez por semana aparecía el gordo Claret “Pero ya antes se anunciaba con su pregón” Con acento catalán y con invariable tono altísimo, ofrecía: “Manteles de hule, buenos hules para mesa!” ” (:91)
También entre dos luces salía don Carluccio, el verdulero de la mañana. Salía con su carro y su viejo jamelgo amaestrado, -decía,- porque para que se detuviera sólo tenía que decir: “Chucho, para lo coche”. Pero al caer la tarde (…) ofrecía “Moñatos asados, bien calientes” (…) Llevaba encimados dos tipos de “fainá” (…) Su grito era áspero y corto, pero su voz empastada de barítono quedaba vibrando en el aire: “faináaa…” Lo llamábamos, casi sin verlo, porque ya era noche y cruzaba de vereda a vereda. (…) / Igualmente en la noche el manicero italiano pregonaba en verso su mercancía: “manisito, calientito pa que lo compre lo señorito…” (:91-92)
En las fiestas de San Juan “Como invariablemente hacía frío, todos, y los chicos en primer término, rodeaban la hoguera, cuya base era siempre alguna barrica vieja. Más tarde, luego de coros de chicos y chicas, (...) se sorteaban las “cédulas de San Juan”(…) Pero, para esto, ya antes de mediado de Junio, a media tarde, un hombre había recorrido en cruz las calles, ofreciendo en venta, con pregón vocinglero, un poco cantando “los versos para San Juan y San Pedro para señoritas y caballeros.” (:90)
Sirena de barco.
Poco después de media noche, la sirena del barco, ululando a todo lo que daba, en procura de auxilio, despertó al pueblo entero. La alarma fue general y todos nos levantamos a prisa, dirigiéndonos a la punta donde se ubicaba el sonar de la sirena. La niebla era tan espesa que no se veía nada del barco, ni siquiera las luces que debía tener. / Tan solo aquella voz de la sirena, en una variación de tonos que por momentos la hacía estridente, permitía ubicar, por lo menos de modo aproximado, el lugar del siniestro. Los pescadores opinaban, algunos pensaban que era un buque grande de gran calado (...) no faltaban los que creían que se trataba de un transatlántico, de muy potente bocina (...) Pronto llegaron los auxilios, remolcadores del puerto (...) A todos nos quedó por mucho tiempo el recuerdo de la emoción de aquella bocina pidiendo auxilio en la noche de niebla, cerrada como nunca.” (:104-105)
Campanas.
La capilla estaba a menos de tres cuadras de la casa [se refiere a la calle Francisco Vidal], en la calle Chucarro. Era pequeña y bien pueblerina, sin torre, con sus dos campanitas destempladas que colgaban de una revuelta del muro, todo pintado a la cal. Llamando a misa, sonaban desde hacía rato, con tintineos bien alocados, de campanitas de aldea.” (:24-25)
La Banda Municipal.
En la terraza [del Hotel de los Pocitos, “que era aun todo de madera” (:31)], algunas noches hacía “música seria” -¡hasta Wagner!- la Banda Municipal creada en 1904 y que dirigía, en el quiosco del centro del muelle, con su batuta, para entonces indiscutida, el maestro Aquiles Gubitosi.” (:31)
El dueño del Margarito. (1)
Pero, en el carnaval de un pueblito de raíz italiana, no podían faltar los osos amaestrados, los “margaritos”. (…) Por lo general el dueño del oso llevaba una pandereta que tocaba casi siempre muy mal, pero que servía para que el margarito colectara monedas entre el público que le hacía rueda. Porque era un oso amaestrado que sabía bailar, -con una lógica torpeza- al ritmo de un aire que aquel le marcaba: are are tun, aretún, aretela, are aretúm.” (:37)
El tranvía.
Era permitido cada uno, sin chistar al guarda, hiciera sonar la campanilla para el descenso.” (:40)
Al día siguiente, muy temprano, ya estaban prendidos los ocho caballos; los boleros con su campanita que sonaba ya entre dos luces, al mover los arreos.” (:80)
El cochero, “en general no castigaba a los animales, limitándose a azuzarlos con sus nombres, -“Beba, “Chico”, “Maula” –con silbidos y gruñidos.” (:44)
Trompeta y violín en el tranvía.
En algunas esquinas hacía sonar, como trompeta de caza, un cuerno que llevaba colgado con una cinta, del pescuezo. Conseguía dar un sonido estridente pero pastoso, lindo de oír. / Sentado detrás suyo, viajaba un hombre de cierta edad, con gorra de visera como de portero de hotel. Bordada en letras doradas, dos palabras: “Músico portugués”. En la mano, un violín que tocaba desafinadamente, en ritmo sincopado, quizá por los remezones del tranvía. Era ciego y llevaba anteojos negros. Con voz gangosa de viejo, cantaba cantares de ciego, en portugués. En algunos momentos no le entendíamos bien, pero más tarde sí, cuando cantó unas coplas de romance que empezaban: “Colón fue pescador e Colón fue marinero”. Era sin duda una canción de su tierra, con mucho sabor popular. No pedía dinero, pero era evidente que en el tranvía el músico portugués era muy conocido y no se le cobraba boleto; pero, con simpatía, muchas personas, al bajar, le alcanzaban monedas.” (:45)
En la escuela.
(...) unos muchachotes habían dado unos gritos, contra una de las maestras que afectaban su moral.” (:42)
La Directora ordenaba en alta voz los ejercicios [de gimnasia], que explicaba antes, y marcaba rigurosamente los tiempos en un ritmo acelerado, golpeando con furia con una gruesa regla antigua, -cuyo extremo envolvía en un pañuelo,- en un pedestal de madera.” (:42)
Piedra y herradura.
Era lógico pues que cuando se oía, a dos cuadras, -herradura contra piedra,- el trote o galope del caballo del oficial Bonino, se produjera el súbito desparramo de todos los [jugadores] billardistas.” (:47) Este juego, hoy no vigente en Montevideo, era prohibido por deformar la colocación del empedrado de cuña.
Rechifla en el biógrafo.
Recuerdo perfectamente una documental filmada en Buenos Aires, en la que aparecía el Canciller argentino, el doctor Estanislao Zeballos. (…) en una matiné para gente menuda el Dr. Zeballos se ganaba una formidable rechifla. Incluso con la complicidad del empresario Carranza y del operador, que detenía la máquina en el momento en que el Canciller saludaba, de modo que la rechifla ensordecedora pudiera durar varios minutos.” (:64-65)
Una que sepamos todos.
Pero además, el día de San Juan –también el 20 de Setiembre y otras fechas del santoral-, salía la bandita de músicos italianos. Todos con sus instrumentos de viento que hacían tremolar las guías de sus grandes bigotes. ¿De dónde salían aquellos músicos, todos italianos, que homenajeaban a su “santo patrono” con alguna marchita, muy desentonada, y tocaban, y tocaban frente a las casas, hasta que les alcanzaban algunas monedas o un buen vaso de vino?” (:90)
Sin ningún pudor.
En aquella esquina [Chucarro y Pereyra] de tránsito pueblerino intenso, Miguel [el peluquero, italiano y tartamudo] llevaba el control de todos los que pasaban, en manera especial, de las mujeres. Era frecuente que de improviso suspendiera por un minuto su labor para correrse hasta la puerta, y desde allí lanzara, en su media lengua tartajeante, hispano-napolitana, su requiebro. Aunque fuera de vereda a vereda y lo oyeran los vecinos.” (:100-101)
Luminaria sonora.
1914”(...) ”Hace ya bastante tiempo, dos o tres años, que se fue -parcialmente- inaugurando en el pueblo la Luz Eléctrica. (...) Hasta se hizo, para el reciente Carnaval, una iluminación novedosa, sobre las paredes del Hotel y en la nueva Rambla, con miles de bombitas de colores (...) Algunos de los muchachos sacaban “bombas” de las de abajo y luego quedándose muy serios, las tiraban a los coraceros del Escuadrón, produciendo pequeñas explosiones que hacían encabritar los caballos. Era divertido, pero tenía que hacerse bien, para que no trajera consecuencias” (:104-105)
Del Tipperary a La Marsellesa.
En un comienzo, fue la “guerra europea”. Después, ya fue la guerra mundial. En aquel agosto de 1914 no había otro tema, y en nuestro pueblo de Pocitos -cada vez menos “pueblito” pero siempre ligado en todo a Italia- se opinaba, se discutía vehementemente, se gritaba, en las esquinas, en los almacenes, en el tranvía, sobre cuál debía ser la conducta internacional.”(...) “Me daba rabia que buenos compañeros estudiantes marcharan en las manifestaciones cantando el “Tipperary”, cuando nada teníamos nosotros que ver con los ingleses. La Marsellesa fatalmente me atraía, porque había nacido como un himno revolucionario...” (:110)
Rugidos desde el zoológico.
El espacio auditivo en el que se podía situar un escucha era de gran amplitud: “El primitivo fraccionamiento alcanzaba tan solo hasta el arroyo de los Pocitos. (...) la Mondiola (2) a la derecha (...) Era una zona intermedia que nos ligaba a Villa Dolores. Porque en los Pocitos todo aparecía un poco unido a lo que todavía era la gran quinta y parque zoológico del matrimonio Pereira -Rossell, (...) [sentíamos] Desde el mal olor, -decían que de los lobos-, que algunos días nos traía el viento, hasta el rugido de los leones que en los días calmos oíamos con toda nitidez.” (:92)
Abuelas de la sirena de El Día.
El comienzo de la guerra, -la invasión a Bélgica, la muerte de Miss Cavell,- repercutió en las calles de Montevideo, frente a las pizarras de los diarios, que hacían sonar las sirenas.” (:111) Esta referencia ubica en el año 1914 el sonido de las sirenas de periódicos. Se refiere a “Montevideo”; al centro y no a Pocitos. Que la prensa tuviera sus sirenas, era una costumbre con cierto arraigo en el primer mundo (El Día 1981: 80). Cuando los memoriosos de las últimas décadas recuerdan esto, la sirena de El Día copa el relato. Esta sirena se escuchaba, según nos han comentado, en todo Montevideo. Era una sirena muy potente de faro marino (como la que funcionó en Isla de Flores, según nos comunicó Juan Antonio Varese, o como -por ejemplo- la que continúa funcionando en el faro de Finisterre, Galicia). En 1928 fue colocada en el edificio de 18 de Julio y Yaguarón, año en que sonó por primera vez con motivo de la inauguración del edificio (El Día 1981: 80). Sonó hasta la década del 1980 (o poco más), cada vez que aquel diario consideraba que sucedía un hecho excepcional. Era un editorial sonoro, además de un icono acústico de la ciudad. Esta referencia de García Moyano informa la presencia de sirenas de prensa catorce años antes.
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Fuente:
García Moyano, Guillermo (1969) Pueblo de los Pocitos. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo.
Referencias:
Ayestarán, Lauro [et all.] (s/f) El tamboril y la comparsa. Arca. Montevideo.
El Día (1981) El Día 1886-1981. 95 años al servicio de la libertad. Artegraf. Montevideo.
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1 María Flor Rodríguez de Ayestarán, Primera Bailarina del SODRE y coreógrafa, comenta: “Como curiosidad histórica quiero hablar de un personaje singular que en el pasado de nuestros carnavales frecuentaba el desfile y los tablados. Lauro Ayestarán recordaba los versos que cantaba, en falso sonsonete, un dueño de oso carnavalesco: Gargaretún Gaetún, / Garetela, / Baila mi oso / Y muere de pena / Gargaretún Gaetún, / Gargaretica, Salta mi oso / Y ya resucita...” / Con una cadena sujeta a su cuello un muchacho, disfrazado de oso, bailaba, moría, y resucitaba ante la divertida mirada de los espectadores. En mi niñez, yo recuerdo que la muerte del animal, sobre todo si era un oso verdadero, -que los había-, me causaba honda inquietud. Ya fuese un muchacho disfrazado o un oso verdadero, este personaje era llamado indefectiblemente Oso Margarita y puedo asegurar que ha sido uno de los personajes más simpáticos y tocantes del carnaval uruguayo. En 1978, durante el desfile oficial, paseaba un hombre disfrazado de oso; pero iba solo, sin dueño, sin baile, sin muerte y sin resurrección. Quizá tampoco tuviera conocimiento de su antepasado, Margarita.” (Ayestarán, L. s/f :93-94) Rodríguez rastreó antecedentes europeos y de India. Estos osos eran presentados por juglares en Francia y así se les llamó: “Oso de Juglar”. Recuerda que los ritos que simbolizan la Muerte y Resurrección “han sido las bases fundamentales de la danza a través de los siglos.” (s/f : 94)
2 “De la “Mondiola” salían buenos jugadores de fútbol, buenos boxeadores, y buenos tamborileros.” (:93)

lunes, 20 de abril de 2009

Paisajes sonoros montevideanos en la evocación I


Sonidos del Novecientos.
Johannes Stenger, 2008




Nacida en 1889 Josefina Lerena Acevedo de Blixen, fue testigo del Montevideo que principiaba el siglo. Tras varias publicaciones a partir de los años treinta, -biografías, historia, metafísica-, en 1967 presenta sus evocaciones de tiempos mozos en un breve libro, Novecientos. Narra episodios de la cotidianeidad de entonces, los espacios y su gestualidad característica, las calles, las plazas, la paciencia de los habitantes. Haciéndonos entrar y salir a la vida interior de algunos hogares, a sus costumbres silenciosas, y a los estruendos de la capital aldeana.

No podemos acceder a los sonidos del novecientos, ni a las formas de escucha de aquella sociedad, si no es a través de narrativas, como pueden ser estas crónicas. Debemos para esto tener presente que el discurso resulta de la experiencia del sujeto que lo enuncia. Y que estará estructurado por operaciones discursivas de clase, con determinadas posibilidades de visibilidad e invisibilidad sobre los fenómenos. La ubicación social dispone diques a la experiencia y participa de la lente de mira del campo. La cronista trae, en este caso al registro escrito, los rasgos singulares de su experiencia que considera necesarios para su fin. El paisaje sonoro narrado es entonces una acción de expresión de la memoria, que otorga mediante las palabras, orden, a una serie de eventos del entorno cuyo plano sonoro es destacado.

Los relatos son producto de aquello que es próximo al campo del sujeto. En este sentido no existe un Montevideo de laboratorio que pueda ser interrogado, sino fragmentos de discurso de cronistas con vivencias singulares de la ciudad, que deciden o no traer al relato determinados aspectos de su experiencia.

En el siguiente recorrido buscaremos extraer de los relatos de la vida cotidiana el plano sonoro. Como oportunidad de conocer, de mano de la niña que oyera, algunos existentes de la experiencia sonora en aquel Montevideo.

La vida interior.

''...la ciudad vieja, tenia una edificación de altos con casas de comercios en los bajos. Eran las casas que ocupaban casi siempre los profesionales, casas con escaleras, en las cuales existía casi siempre la llamada no muy propiamente puerta cancel, de cristales. / Esta edificación, y la costumbre de que ella sirviera para el profesional y la familia, creó el sacrificio de ésta. Porque los consultorios o los estudios se instalaban en la parte de recepción, en las salas, antesalas, en el hall, y las familias vivían una vida interior, de silencio, de encierro, de puertas cerradas, de cortinas corridas, de aire enrarecido, de oscuridad.'' (:76-77)

Los familiares esperaban tras la escena en silencio, que los clientes al fin se marcharan para hacer su entrada. ''Entonces se abrían las puertas y entraba el sol, si aun era tiempo, o se encendían las luces, los candelabros, y la dueña de casa podía tocar en el piano alguna polonesa de Chopin o alguno de los vals de moda. 'La viuda alegre' o 'Sobre las olas' y, dentro de la música nacional la famosa habanera 'La pecadora', de Dalmiro Costa (1). / Y era llegada la hora en que a los niños se les permitía jugar en los corredores, gritar, pelearse, y hasta llorar. La casa era suya, era la casa de la familia" (:78)

''Todos rezaban'' (:79) parados alrededor de la mesa. ''En el gran comedor'' antes de cenar. Durante la cena, ''Jamás había discusiones, jamás estridencias''. Y solamente cuando el padre o la madre se referían a un hijo, entonces podía hablar. ''El padre hablaba, comentaba algo, hacia reflexiones, la madre agregaba algo (...)" (:80) “(…) la ternura estaba contenida dentro de las normas demasiado rígidas de la etiqueta o el respeto.” (:80)

"Cierto es que todas las mujeres estudiaban piano, pero muy pocas interpretaban con talento y sentimiento a los grandes maestros de la música. Acaso no había verdadera inclinación hacia el arte, acaso éste se tomaba como un deber y se llegaba a conocer la técnica desconociendo el espíritu" (:87)

En algunas casas “se tenían fonógrafos de voces estridentes, con espantosas cornetas amplificadoras” (:87)

Entre la vida interior y lo público.

De las salas de las casas se escapaban repetidas lecciones de "piano, esos tres o cuatro pianos de cada cuadra que daban a la calle sus arpegios, sus escalas, sus ejercicios." (:76)

La organización en el tiempo del "orden familiar" (:31) aparece señalada por el entorno sonoro del lugar que pasaba a la casa. Había quienes sabían que era hora de emprender tal o cual tarea por el pasaje del tranvía a caballos. Lo infrecuente de su pasaje permitía decir: "-'ya son las once porque acaba de pasar el tren...'” (:31)

Plazas, calles.

"En las noches de verano mientras las bandas militares tocaban polkas y mazurcas la juventud transitaba por la diagonal que iba de Sarandí y Cámaras (2) a Ituzaingó y Rincón" (:9)

De frente "las campanas de la Catedral, que ininterrumpidamente daban hasta los cuartos de hora'' con su toque. (:31) En estos o aquellos paseos había una atracción "La gente se detenía complacida a oír los pianitos de las limosnas, callejeros, que daban lástima al corazón y a los oídos. Apenas existían las graciosas cajas de música con dos o tres versiones, que resultaban como juguetes". (:37)

Su voz.

Tal vez se habían visto a la salida del colegio y así se iniciaban entusiasmos infantiles. Pero la salida de la misa era especialmente el momento de verse (3), aunque fuera de paso, porque ningún joven podía detenerse a conversar con una muchacha en la calle; eso hubiera sido gravísima incorrección. Solo se podía saludar y sonreír a la pasada. Pero en algún momento él la seguía hasta descubrir su casa (…) El se había entusiasmado, ya de sus ojos, de su talle, de su sonrisa picaresca… pero ¿cómo sería su voz? ¡Ha! La voz era un misterio.”

La sordina vegetal.

"Pensemos, así, en aquella ciudad de seres que sabían convivir, de población que aceptaba que cualquiera de sus calles principales amaneciera alfombrada de pasto cuando algún enfermo grave precisaba silencio. Era la forma de amortiguar el ruido de las ruedas y de los cascos sobre los adoquines, dando entonces al tránsito un ruido sordo, que invitaba a los transeúntes a bajar la voz en actitud de recogida compasión y de solidaridad profunda." (:29)

Cuenta Isidoro de Maria, en su crónica “¡Abajo las murallas!” (1957: 320), que esta costumbre habríase iniciado hacia 1859, año en que el pasto, o incluso la arena, sustituirían, por orden policial, la costumbre de cerrar la calle atravesándola con una cuerda, ante la necesidad de silencio de un vecino.

El teatro.

"Y en el Urquiza se presentó Frégoli, el genial transformista y Leo Fuller y la Bella Otero, lo que despertó tanto entusiasmo que los hombres subían a la escena misma para aplaudirla"..."Pero creo que nunca alcanzó el entusiasmo una expresión más vehemente que la noche que Jene Heading terminó su presentación. Interminables vivas se coreaban (...) [y] "Algunas veces "Los '¡bravos!' en el paraíso eran ensordecedores" (:92)

Campanarios.

El séptimo relato del libro, “Oremos” (:45), centra la devoción dolorosa de la Semana Santa; la que era acompañada desde los campanarios con toques plenos de significado para los pobladores. A cada día u hora correspondería o un toque o el silencio de las campanas. Lerena va ligando afectos a las situaciones que narra, y relata el poder de afección que el entorno sonoro tenía sobre los cuerpos de los devotos. Como veremos al final del relato todo el espacio sonoro se llena de toques de campanas; y vale la pena tomar un mapa y reparar en las distancias que los montevideanos del novecientos eran capaces de escuchar. Podían identificar los campanarios de cada barrio, gracias a un silencio relativo mucho mayor al actual, singularizando aquellas fuentes sonoras del entorno urbano (4).

Montevideo esperaba, siempre con la misma devoción, el dolor de la Semana Santa. La ciudad permanecía dentro de las normas de aquella religiosidad española de la Colonia, que no se amenguó con la nacionalidad(...) Pero no pensemos que esta devoción profunda se parecía a la de la Semana Santa de Sevilla que narra Reyles (…) Nunca hubo en Montevideo la aparatosidad de las ciudades andaluzas, nunca conoció aquellas vivamente exteriorizadas expresiones de dolor, ni las lágrimas a gritos, ni el fervor de los temperamentos apasionados,(…)(:45) Montevideo mantenía una devoción serena, la del norte español tal vez, (…) triste, ceñida y honda. Además ninguno se habría alejado de la ciudad rezadora, para gozar, como se hiciera luego, de una semana de reposo y de sol (…)” (:46) La secularización vendría luego; (…) en el Novecientos existía la Semana Santa antigua”. “Paso a paso se seguía el drama del calvario (…) Las campanas entristecían el aire” (:46) El Jueves Santo “desde el alba las recordadoras campanas estaban doblando, con unos dobles que entraban en las casas, que anudaban las gargantas (5). Eran como si hicieran llover crespones sobre el pensamiento. Porque oprimía en verdad aquella música grave, aquel recuerdo permanente que golpeaba en el espíritu cada cuarto de hora e impresionaba como si alguien acabara de morirse./ A las dos de la tarde, mientras yo oía las campanas de la Catedral, empezaban a hacerse las estaciones: visitar siete iglesias (…)” (:47) Luego en las iglesias se oía a la gente rezando sin voz(:47),Y el gran silencio, lleno de pasos sordos(:47)los sermones, escuchados con espíritu conmovido(:48)Las campanas seguían cuidando aquel recogimientoEl Sábado, dice, “qué alivio” (:48) “la fiesta estaba (…) en todos los corazones” (:49) Y era entonces el otoño “…como si otra vez fuese primavera”. (:49) “repicarían las campanas ofrecidas a la ciudad como mensaje de amor (…) resonaría el órgano con su música celeste y los coros saludarían otra vez a Dios” (:49) “Desde la Catedral se iniciaba la fiesta de las campanas. Repicaban enseguida las campanitas de Lourdes [Paysandú y Florida], y la vieja campana de bronce de San Francisco [Cerrito y Solís]. Luego, el campanario musical de Los Capuchinos [Canelones y Minas], y la Aguada [Av. del Libertador y Venezuela] con sus campanas como de plata, y el Socorro [Tapes y Jujuy] y entre ellas, las de pequeñas capillas, iglesias pobres, casi sin voz, y San Agustín [al otro lado de aquel Montevideo, Frente a la Plaza de la Unión], dominando las lejanías; así unas y otras, entremezclándose en una gran armonía, como una orquesta de luz (:49) En la Ciudad Vieja, dice Lerena, se escuchaban lejanas campanadas de la Unión. Una dimensión espacial-sonora que a todos hoy nos cuesta concebir.

Tranvías.

Los tranvías no eran frecuentes, esto había contribuido a incorporar la paciencia en la modalidad general. “Se formaban grupos en las esquinas y los pasos se apresuraban cuando había que tomarlo en la mitad de la cuadra tras escuchar la corneta alertadora. / Pero era frecuente que ese tranvía que traía la luz verde y que esperábamos, pasara sin detenerse y que si el cochero llegaba, tocando la corneta que anunciaba la presencia del vehículo, nos sorprendiéramos desagradablemente al leer en éste un letrero blanco con letras negras que decía: “completo”. Y pasaba entonces el tren ante los fatigados transeúntes, fustigándose con el látigo al cadenero y a los tres caballos que iban al galope (…) –Esperamos otro?”- Nos preguntábamos. / -Esperamos” (:32)

Los tranvías “En el invierno, (…) cerrados como cajones, llevaban los pasajeros mirándose uno a los otros (…) un gran silencio de voces, pero se escuchaba el ruido de las ruedas de hierro sobre los durmientes de las vías y de cuando en cuando alguna apagada conversación de negocios o de temas triviales o el lloro de algún niño, para entretener a aquella sociedad (…)”

Círculos.

Aparecen los espacios de tertulia, de círculos, en los cafés céntricos del Novecientos. El plano sonoro que traemos monta su escena en el fervor del por entonces emblemático café de librepensadores, “Polo Bamba”: “(…) era acaso el más famoso: diez, veinte mesas donde se hablaba casi sin escucharse, porque todos eran o se sentían ases allí, y deseaban manifestar sus teorías.” (:68) “(…) allí se continuaban las discusiones, la catequización artística, la consulta, el aparte, la lectura de una primicia, la cátedra.” (:69) Dando a la sociedad una, un tanto escandalosa, “presencia de rebeldía” (:69).

Durante carnaval.

Lerena señala dos tiempos, dos momentos, en la vida de los corsos de carnaval. Caracterizado cada uno por el medio de desplazamiento empleado y en algún sentido por el impacto sonoro que éste producía en el entorno: primero el de los coches a caballo con cascabeles sonoros (:42); período comunicativo, de un contacto civilizado entre los participantes “de una extraña atmósfera aristocrática y asimismo popular, divertida y culta”, (:43) y el período de los automóviles: “Los automóviles vinieron a hacer trepidar sus motores ansiosos de velocidad y en medio de aquel ambiente cordial se presentaron con sus techos herméticos (…) y sus vidrios prevenidos” (:43-44) de cualquier ofrenda contundente tributaria de Momo.

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Fuentes:

De María, Isidoro (1957) Montevideo antiguo. Tradiciones y recuerdos. Biblioteca Artigas. Vol. 24, Tomo II, Montevideo.

Lerena Acevedo de Blixen, Josefina (1967) Novecientos. Ediciones Río de la Plata. Montevideo.

Rossi, Rómulo F. (1922) Recuerdos y crónicas de antaño. Peña Hnos. Montevideo.

Bibliografía:

Salgado, Susana (1971) Breve historia de la música culta en el Uruguay. AEMUS. Biblioteca del Poder Legislativo. Montevideo.

Schafer, R. Murray (1976) El mundo de los sonidos. Los sonidos del mundo. En: El correo. UNESCO, Nº 11, Año XXIX, Impreso por: Brodard et Taupin, Coulommiers, Francia.

1 Dalmiro Costa (1836-1901), prodigio del piano y la composición. Su habanera “La Pecadora” data de 1870.

”(…) una de las primeras habaneras compuestas en el Uruguay, fue editada en Buenos Aires dos años después y tuvo tal difusión que luego también fue impresa en los Estados Unidos de América.” (Salgado, 1971: 83)

2 La calle Cámaras, hoy Juan Carlos Gómez (aquel nombre, refría a que allí, en el Cabildo, funcionaban las Cámaras Legislativas).

3 Ver: “El desfile de once” (Rossi, 1922: 19) Al salir de la misa de la hora once “Las elegantes de antaño, al igual que las de ogaño(…)”,“nuestras damas”, desfilaban desde la Iglesia Matriz hasta el (ex) Cementerio Inglés, situado en el Ejido (donde se ubica el actual Palacio Municipal), celebrando la exclusiva oportunidad de proximidad y encuentro. Hacia la fecha en que escribió Rómulo F. Rossi, Carlos Gardel narraba una escena por el estilo en Misa de once.

4 “A estos ambientes, no perturbados por una multitud de ruidos que compiten entre sí podemos llamarlos

“de alta fidelidad”.” (Schafer, 1976: 5)

5 Incluso hoy día gente mayor recuerda que el Jueves Santo; o tal vez desde algunos días antes y hasta el Sábado de Gloria; las campanas de las iglesias permanecían atadas con sus propias cuerdas, de modo de silenciarse: así lo menciona; recordando el novecientos, Rómulo F. Rossi: de miércoles a sábado, el recogimiento de las familias, “desde el miércoles enmudecían las campanas de los templos, los pianos se cerraban…”. El sábado, Misa de Gloria, “y a la vez que al echarse las campanas a vuelo, desde el coro se entonaban cánticos y se arrojaban flores. / Y fuera de los templos, las bandas de música apostadas en los atrios rompían en marchas triunfales, las baterías y los buques de guerra extranjeros anclados en el puerto, hacían salvas con sus cañones, y de todos lados de la ciudad se disparaban tiros, cohetes y bombas” (:17-18). La Matriz, teniendo un comportamiento distinto y principal a las demás iglesias, ¿mantendría igualmente los toques cada cuarto de hora, mientras se silenciaban las iglesias de los barrios de las afueras?